Nos pasamos la vida anhelando cosas, lo que no tenemos y que creemos que nos hará felices. Deseando salir corriendo del presente porque no nos gusta, no nos llena. Pero de lo que no nos damos cuenta, es de que sólo seremos «felices» en el momento en el que aceptemos la realidad en la que vivimos, en el momento en el que dejemos de creer que cuando consigamos un trabajo mejor, una casa mejor, una pareja… seremos felices.
Nos angustiamos porque nos sentimos solos y en realidad estamos rodeados de personas. Nos creamos problemas que no existen y creemos, además, que éstos vienen de fuera. El problema está en que no somos capaces de enfrentarnos a nosotros mismos, de disfrutar de nosotros, aquí y ahora, sintiéndonos bien con lo que tenemos en el momento presente. Pero la estrategia que solemos utilizar es escapar de nosotros mismos, no avanzar, no trabajar nuestro interior.
Cuando nos sentimos bien con nosotros, somos capaces de crecer, de brillar y de aportar multitud de cosas a los que nos rodean.
Hay un factor que tiene un peso importante sobre nuestra actitud vital y que supone un lastre psíquico: la memoria de la fatalidad, es decir, cuando hemos fracasado en reiteradas ocasiones en un aspecto o en un área determinada, nos acabamos creyendo que siempre vamos a fracasar en lo mismo. Así, atrapados en el miedo a volver a sufrir, nos excusamos ante nosotros mismos y ante los demás para no tener que arriesgar. Esto, gradualmente, nos va anquilosando en nuestra «zona de confort» (aquello que nos aporta seguridad porque pensamos que es predecible y que lo tenemos bajo control), este miedohace que prefiramos estar en una mala situación que enfrentarnos y arriesgar para salir de ella, con lo que seguimos repitiendo una y otra vez comportamientos que no nos funcionan o directamente evitamos las situaciones porque según nuestras creencias, no íbamos a ser capaces de conseguirlo.
Ser feliz es una cuestión de actitud. Cuando aceptamos las circunstancias presentes sufrimos lo justo, en cambio, cuando nos rebelamos ante ellas acrecentamos el dolor.
En la vida hay momentos para el disfrute y momentos malos, ahí es donde tenemos que superarnos, enfrentarnos a las dificultades, asumiendo las cosas como son y no como querríamos que fueran, aceptando y no frustrándonos. Es fundamental partir de la base de que la felicidad absoluta no existe. Cuando hablamos de felicidad, nos referimos a un estado de bienestar que nos permite vivir las realidades que nos tocan desde la aceptación, disfrutando de las cosas buenas y enfocando las malas como oportunidades de crecimiento, como momentos intrínsecos a la vida, sin sobredimensionarlos ni vernos como víctimas de las circunstancias.
La vida está llena de momentos y la «mala» o «buena» suerte no existe, existen las personas que creen que tienen «mala» suerte y por tanto, sólo prestan atención a lo negativo, quedándose ancladas en el dolor, y las personas que están atentas a lo positivo, para así poder aprovechar las oportunidades, no se dejándose desmoralizar por las adversidades.