Primero, con la posibilidad de que los menores de 14 años pudiesen comenzar a salir a la calle, y a continuación, tras el inicio de la llamada “desescalada”, después de todo este período de confinamiento por motivo de la pandemia causada por el coronavirus, muchos padres y madres se quedaron sorprendidos e incluso consultaron con profesionales de la psicología, al comprobar como sus hijos, después de tanto tiempo confinados en su domicilio y preguntándoles, reiteradamente, cuando podrían salir, llegado el tan ansiado día, algunos de ellos no querían salir y otros, salieron con reticencias y tensos, deseando volver a casa.
Algo semejante se observa desde que comenzaron a permitirse los paseos y las actividades deportivas individuales al aire libre en determinadas franjas horarias. Hubo personas que decidieron no salir, simplemente, porque lo consideraron precipitado y optaron por esperar unos días más; pero en otros casos, la decisión de continuar un tiempo más confinado, no se tomó desde la consciencia y deliberadamente, sino desde el miedo o incluso el pánico al posible contagio del COVID-19. Es decir, hubo gente que decidió no salir aún, pero hubo otra (y no es poca) que no fue capaz de salir y ese “no ser capaz” es el que genera impotencia y frustración, a mayores de la que ya se siente en una situación de pandemia.
Desde PARADOXO queremos que conozcáis bien este proceso, para así poder gestionar los posibles síntomas que podáis sentir de la mejor manera posible, en definitiva, ahorrándoos sufrimiento.
Cuando luchamos contra algo que no depende de nosotros, esa lucha encarnizada lo único que provoca es desgaste, indefensión, sentimientos de ineficacia, etc, es decir, unos pensamientos, emociones y sensaciones que contribuyen a incrementar las probabilidades de caer en una depresión, una fobia, en la ansiedad,… Sin embargo, si entendemos y asumimos que esa incertidumbre e inseguridad que estamos sintiendo es natural tras todo este tiempo de confinamiento y sabiendo que la batalla al coronavirus aún no está ganada, automáticamente, el miedo pierde potencia.
Nuestra mente y nuestro cuerpo, interiorizaron que nuestro hogar es un lugar seguro, o el más seguro, mientras el COVID-19 esté ahí. Quien más y quien menos ya tenía una serie de herramientas o estrategias para sobrellevar este período de reclusión y ahora nos encontramos con que hay que modificar dichas estrategias, introduciendo otras nuevas hasta que “aprendamos” a “sobrevivir” fuera de casa. Durante este primer período de aprendizaje, es natural que las personas traspasen, frecuentemente, la línea entre la atención y la hipervigilancia, la prevención y la obsesión, ya que el miedo suele provocar un pensamiento dicotómico; todo es “o blanco o negro”; se escapan los matices. Es por eso que las personas que mejor y más rápido transitarán por esta primera fase de la “desescalada” serán las más flexibles y las más pacientes consigo mismas y con sus reacciones.
Flexibilidad implica aceptarnos, a nosotros y a nuestras circunstancias; implica salir a la calle porque así lo decidimos, con consciencia, con un propósito definido, no salir sólo “porque toca” e implica también, darse permiso para, si acabamos de salir de casa y sentimos que ya queremos volver, hacerlo desde la libertad y sin sentimientos de culpabilidad.
Todas las transiciones tienen que ser progresivas. Dentro de este ambiente tan cambiante, desde el comienzo de la pandemia, se inicia una nueva fase, personal y social, que requerirá, una vez más, integrarnos en el nuevo contexto que se nos presenta.
Frente a esta realidad de hipervigilancia y sobreprudencia, también se encuentran los casos diametralmente contrarios, en los que la gente está siendo totalmente irresponsable y temeraria.
Cuando una situación es demasiado fuerte para nosotros y nos supera, las reacciones pueden ser imprevisibles y totalmente polarizadas; mientras unos generan miedo a lo desconocido y se protegen y protegen a los demás, desplegando una gran conciencia ciudadana, otros, optan por desentenderse, tomando una actitud irresponsable y poco respetuosa para con ellos y los demás.
Esta segunda conducta, también constituye un modo de protección, mirar hacia otro lado y negar la realidad, es una forma de sobrevivir a unas circunstancias demasiado hostiles para las que no todos estamos preparados.
A veces resulta muy fácil juzgar a los demás y dejarnos llevar por la indignación, totalmente comprensible en estos momentos, pero hay que tener en cuenta que la beligerancia contra estas personas no va a hacer más que reforzar sus conductas inapropiadas. Y queremos hacer hincapié en este aspecto, dado que las situaciones de confinamiento están generando mucha irascibilidad, hasta el punto de que estamos presenciando incluso peleas en las calles por motivos totalmente absurdos.
Cuando los medios de comunicación nos preguntaban a los profesionales de la psicología, al principio del confinamiento, como podría llegar a afectar esta situación, ninguno de nosotros queríamos imaginar que la violencia y la falta de control pudiera llegar hasta estos extremos. Pero es evidente, que el miedo, la impotencia y la incertidumbre, social, económica, laboral y en definitiva, vital, está provocando reacciones que dificultan más todavía la convivencia, reforzando dichos miedos.
Van a ser tiempos convulsos, de cambios e incertezas constantes. Desde PARADOXO, os queremos transmitir la importancia que tiene concienciarnos todos y aceptar el momento presente, evitando los extremos (sin obsesionarnos, ni desentendernos), identificando lo que sí está en nuestras manos y aquello en lo que podemos colaborar, así como lo que no depende de nosotros; haciéndonos mucho más tolerantes a la frustración y más flexibles, enfocándonos en cada día (que circunstancias tenemos y que podemos hacer), pero sin grandes expectativas y proyectos.
En circunstancias hostiles, tiene más posibilidades de “sobrevivir” el que más capacidad tiene de “adaptarse” al medio, lo cual no implica para nada perder de vista la opinión propia ni el espíritu crítico.